La lectura de El olor de la India debería servir como invitación a acercarse, de nuevo, a la obra de este cattivo maestro, para disfrutar con sus películas, para sumergirse en su poesía. Es, además, por sí mismo un libro fascinante. En él, la indagación antropológica y ética convive con la pasión por lo desconocido: por un lado, la belleza de los templos de Benarés, las noches de Bombay, las orillas del Ganges, todo el encanto de una tierra ajena e incomprensible; por el otro, el horror de la existencia que allí se lleva, y que para Pasolini «tiene los caracteres de la insoportabilidad».