JOUIN M.E.
El antisemitismo estaba claramente arraigado en la Europa de principios del siglo XX. Desde mediados del siglo anterior, el fenómeno había añadido un componente racial a la secular judeofobia sociocultural.
Esa judeofobia que aflora en el siglo XIX lo hace por el contexto económico, político y social experimentado en el continente a partir de la Revolución Francesa. Mientras el estado liberal se abre camino con la lenta consolidación de regímenes democráticos, las fuerzas conservadoras pugnan por conservar los privilegios que ostentaban en el Antiguo Régimen.
A finales del siglo XIX, Rusia reunía los elementos para convertirse en el escenario de un movimiento judeófobo. Era el país con mayor población judía del mundo. Por otra parte, en el Imperio ruso, los judíos constituían una comunidad más tradicionalista que sus correligionarios del oeste europeo, a menudo laicizados.
Contrariamente a los rumores, la mayoría de los judíos rusos eran muy pobres. No obstante, con su cultura propia y la visibilidad de su aspecto (la barba y los rizos, los caftanes negros...) atraían fácilmente la aversión de los míseros campesinos rusos.
Entre el 29 de agosto y el 7 de septiembre de 1903 se publicó la primera versión de Los protocolos, con el título Programa para la conquista del mundo por los judíos. Fue por entregas, en un periódico de San Petersburgo, Znamya (Bandera). Su director, Pável Krushevan, era un defensor de la autocracia zarista y un convencido antisemita que había participado en varios pogromos.
Krushevan nunca reveló la identidad del autor o de quien le había facilitado aquella documentación sobre una presunta reunión de líderes judíos mundiales. Las entregas mostraban un plan de dominación a través del control de sectores clave, como la banca o la prensa, y del fomento de revoluciones en varios países. También describían cómo sería el futuro estado judío global.
El impacto inicial de las entregas fue escaso. Sería en 1905 cuando Los protocolos ganasen fama y pasaran a ser conocidos ya con este nombre. La causa fue la tercera edición de la novela Lo grande en lo pequeño, de Serguéi Nilus, escritor vinculado a la policía secreta zarista, la Ojrana. Los protocolos se presentaban en el último capítulo de la obra, y su éxito se explica por un añadido que hizo el autor.
En Lo grande en lo pequeño, se decía que Los protocolos eran las actas de reuniones secretas mantenidas durante el Primer Congreso Sionista, encuentro auténtico celebrado en Basilea en 1897. Se acusaba a Theodor Herzl, padre de la idea de un estado de Israel en Palestina, de ser uno de los líderes de la conspiración judía mundial.
La afirmación no tenía sentido. El congreso recibió una amplia cobertura por parte de la prensa, por lo que era improbable que unas reuniones así hubiesen pasado por alto. Además, las actas estaban escritas en francés, cuando el idioma de trabajo de la cumbre sionista fue el alemán (lengua materna de Herzl, que era austríaco). Pero los antisemitas de todo el mundo quisieron ver en este congreso una confirmación de que los judíos perseguían el dominio global.
La situación política rusa en 1905 también contribuyó a que Los protocolos resucitaran. La inesperada derrota del Imperio en su guerra contra Japón desencadenó una revolución cuyas raíces se hundían en la pobreza en que vivía buena parte de los campesinos y obreros del país. La inestabilidad aumentó con las demandas de diversos partidos (desde liberales hasta bolcheviques) de una mayor apertura política.